¿Cómo nos interpela la muerte de Kirchner?

Por Nicolas Abraham

¿Cómo nos interpela la muerte de Kirchner? ¿Qué alumbra sobre lo inmediatamente anterior a su fallecimiento? Nuestro trabajo intenta ser un trabajo de índole filosófico político: un trabajo que se pregunta sobre la luz que vierte sobre lo sucedido un hecho particular. No por ello negamos ni desconocemos que esa respuesta es también una proyección, pero creemos, casi con la fe del converso, que el rodeo es el método.

Su muerte es ya un acontecimiento, un corte, un hito que da sentido a su historia. Y es ese sentido el que intentamos comprender. Es curioso que aquello que fuera tan oscuro hace tan poco sea tan prístino ahora. No, curiosidad no. Es angustiante, como la muerte, que la muerte misma dé luz. La muerte de Kosteki y Santillan echó luz sobre más de una década de neoliberalismo. Kirchner muere días después del asesinato de un militante. Pero es su muerte la que alumbrará la interpretación de lo sucedido desde los asesinatos duhaldistas en adelante, y hacia adelante. De que forma es lo que intentaremos sondear en estas líneas.

El tema de este escrito es claro. La soberanía. Y como utilizaremos el bagaje teórico schmittiano, es más claro aún que la soberanía es el soberano.

¿Ha muerto el soberano? ¿o sólo ha desaparecido su cuerpo?

Nadie dudaba que Kirchner fue el centro de la política argentina de los últimos años (es sintomático, sin embargo, que su muerte haya hecho tan evidente esto último, evidente en un sentido específico: esta formulación ha sido proferida sin circunloquios por sus enemigos políticos ¿por qué su muerte permite el desbloqueamiento de un discurso sobre él en tanto soberano? ¿por qué la su muerte permite un discurso sobre él mismo, discurso que antes estaba velado, por más que su verdad fuera sentida, percibida, olida?).

Ser el centro de referencia de un sistema político no es necesariamente ser el soberano ¿Qué es lo propio del soberano? Él es la condición de posibilidad del orden. La acuciante preocupación de quienes no lo apoyaban desnuda, a nuestro entender, esa potestad en Kirchner. El soberano es también aquel que impone un espacio discursivo, una topología de preguntas y de respuestas, un vocabulario hegemónico. ¿Podemos dudar de que ello había hecho Kirchner? ¿Podemos negar que el soberano ya sin cuerpo era quien definió amigos y enemigos? Él nombró a sus enemigos: la derecha. Su antagónico contrincante fue por él bautizado, su bautismo era un arma política que supo utilizar (todo enfrentamiento se dirimía en esos términos, la discusión sobre si los términos eran o no válidos para todo el campo enemigo no es lo importante para los fines de este trabajo. Sin embargo, un ejemplo paradigmático de este mecanismo es visible con respecto a la distinta relación que el kirchnerismo tiene con Alfonsín y con Pino Solanas. La animosidad frente al segundo es mayor que frente al primero. Es cierto que Pino se acercó a grupos deleznables para hacer oposición al gobierno, también es cierto que el gobierno tiene en su interior a agentes deleznables, no es menos cierto que Proyecto Sur se opuso a medidas con cuyo espíritu seguramente concuerda. Pero Alfonsín es también parte de ese grupo opositor al gobierno y por más que la contra figura de Cobos y el mucho más mesurado discurso opositor alfonsinista puede explicar el trato preferencial del kirchnerismo hacia él, creemos que lo sustenta el intenso conflicto con Solanas y compañía es que su discurso desnuda los flancos donde el gobierno no puede decir, sin ruborizarse, “a mi izquierda está la pared”. Cosa cierta que puede explicarse por cuestiones políticas y de relación de fuerzas, incluso pude justificarse y defenderse esta posición o negar la coherencia de quienes la critican, pero ello no hecha por tierra la cuestión particular. El discurso de Solanas puede destruir uno de los pilares soberanos: la definición del enemigo. Si la interpretación que del gobierno hace Pino triunfa (que extremándola podemos resumir en “el gobierno es también la derecha”, el mecanismo de definición del propio kirchnerismo se volvería en su contra). Por último, el soberano es aquel que sabe leer las relaciones de fuerza, que pude comprenderlas. Comprenderlas en un sentido particular. Es una comprensión participante. No es un acercamiento aséptico a un objeto de estudio. El Soberano impone una lectura de las relaciones de fuerzas que le es favorable a su triunfo. Es esa lectura triunfante la relación de fuerzas misma (“no hay hechos, sólo interpretaciones...”). Y Kirchner lo logró en la etapa posterior al conflicto con la 125. Resurgió de las cenizas no porque haya hecho simplemente una correcta lectura de las relaciones de fuerza, sino porque puedo imponer su interpretación. Si durante el conflicto no logró que la sociedad identificara al campo con la derecha, en los tiempos que sucedieron al conflicto si logró hacer que ese grupo político que surgió de ese conflicto fuera pensado como la derecha.

Otro de los síntomas más claro de nuestra hipótesis sobre el carácter soberano del muerto es el miedo en aquellos que pedían por su fin. Pues el miedo y la tristeza de sus seguidores, ante la muerte del líder, sólo responde a la categoría más simple de carisma y no de soberanía, pero el miedo a la anomia de sus detractores nos lleva por caminos fundacionales.

Dos cuestiones teórico-filosóficas abre la muerte de Kirchner. La primera, qué relación existe entre el carisma y la soberanía. La otra, comprender si puede sobrevivir el soberano a su cuerpo (habrá que releer Los Dos Cuerpos del Rey).

Kirchner, para bien o para mal, fue fundacional. Todos recordamos que la palabra anomia, como el nombre de Schmitt, reaparecieron con fuerza poderosa en el 2001. No podemos no ver sintomatología en ello y mucho menos en que esa palabra haya caído en desuso.

Un imaginario popular que absorbe a seguidores y a detractores lo invistió de la suma decisionista. Ello no deja de tener alguna arista de genero y por más que la racionalidad reflexiva nos hacía pensar en una pareja política, toda imagen es siempre más poderosa. Y el kirchnerismo hizo uso de esa imagen. La usó como arma contra sus enemigos y contra sus aliados también.

Es incluso posible que en la alcoba presidencial todo lo hubiera decidido siempre ella, pero en el plano de las imágenes, lo real no importa más que como sostén, como lienzo en blanco o como marco. En términos sociales, la desaparición del cuerpo que sostenía esa imagen es problemática. Pues el orden, una vez que el soberano ha vencido en la lucha hermenéutica, es decir, en una lucha que es política, histórica, pero también simbólica, puede (y así lo hace,) recostarse en el ocultamiento de su soberano. No es una desaparición sino un ocultamiento. El plano material de la lucha política, el plano simbólico de la lucha interpretativa deja lugar al plano imaginario. La imagen del soberano, como imagen difusa, casi como una marca de agua del orden, se convierte en sostén del Derecho. Ese ocultamiento es la marca de un triunfo. La presencia directa del soberano sólo puede implicar una cosa: el régimen está en peligro. Su apartamiento, el alejamiento de su cuerpo que deja lugar a esa imagen que con su propio cuerpo y su lengua ha construido, que con sus armas ha sostenido, es señal de normalidad y de triunfo. El triunfo del soberano es modesto. Y así debe serlo, pues es insoportable para el Derecho la conciencia de su pasado, la verdad de su historicidad, su núcleo político. El Derecho no sobrevive ante la presencia del soberano. Y al soberano le interesa particularmente la supervivencia del Derecho, que no es otra cosa que el símbolo de su victoria.

Interesante confesión schmittiana: un soberano sólo se descubre en tiempos de crisis, en ese instante de triunfo que da inteligibilidad a toda historia anterior. La victoria da derechos (porque los crea), y ese derecho que lo hace soberano y del cual se apropia es el acto por el cual da sentido a su pasado y al orden que instaura, pero ese instante de desvelamiento del soberano es sólo un instante, luego su potestad permanece oculta detrás de la norma y de la política convencional.

El momento del orden, de la ley, oculta al soberano. Pues su presencia develada es insoportable para el orden. Así como es insoportable para la Historia su nacimiento sangriento. Kirchner, como soberano, podría haber permanecido mucho más tiempo oculto, pero ya no tiene cuerpo donde esconderse. Entonces, ¿ha muerto o ha nacido un soberano? Quizás sólo ha desaparecido el cuerpo sobre el que se sostenía la imagen que oculta al soberano y garantiza la normalidad. ¿Qué efectos tendrá ello? ¿Podrá la imagen sin sostén ser ella misma un sostén suficiente del orden? Creemos que las manifestaciones posteriores a la muerte de Kirchner nos dan una respuesta: el mito reemplazará al cuerpo, la imagen encontrará un nuevo sostén en el mito. ¿Podrá ser este nuevo cuerpo mitologizado, este mito corporizado en sus funciones, capaz de soportar el peso de la imagen? En líneas generales podríamos aventurarnos por la negativa, pero en el caso particular de nuestro país hay un detalle que no puede ser dejado de lado. Es evidente que el mito desata siempre una lucha entre quienes quieren apropiarse de él. Esa lucha por sí sola no significa la caída del orden, pero puede convertirse en una lucha peligrosa, incluso mortal. Porque la simple lucha política por la utilización del mito-imagen puede transformarse en una lucha hermenéutica sobre su interpretación más profunda, es decir, en una lucha que sólo podrá dar fin el soberano triunfante ¿Cuál es entonces el detalle que no podemos dejar de lado para el caso argentino? Ese detalle es la principal arma de doble filo que tuvo el kirchnerismo desde sus inicios: ser una pareja presidencial. La figura de Cristina, más allá de las cuestiones de género que podemos encontrar en los cuestionamientos anteriormente mencionados, será siempre más cercana, tendrá más legitimidad y validez a la hora de reivindicar al mito-imagen que la de cualquiera otro. Pero no por ser simplemente la mujer de Kirchner, pues nunca fue sólo la Primera Dama. Paradójicamente, la figura del “Doble Comando” es ahora lo que puede darle más fortaleza. Cristina no es Isabel en este sentido, no es una advenediza pero aun más importante, nadie la ve como tal. Será difícil que escisiones dentro del kirchnerismo pueden hacer uso del discurso sobre “el verdadero Kirchner” o los “verdaderos herederos”. No podemos, sin embargo, apostar a esa imposibilidad, sólo mencionar su enorme dificultad. Cristina Kirchner podrá ser derrotada en futuras elecciones, pero eso es política convencional, no son asuntos fundacionales. Si las problemáticas imperantes, si los discursos recurrentes, si los temas habituales siguen siendo los que instauró el kirchnerismo, podremos decir que la muerte del líder no significó la desaparición del soberano. La lucha política convencional no recurrirá al discurso del verdadero heredero para derrotar electoralmente a Cristina, ello quiere decir que el mito-imagen no esta siendo reinterpretado por nadie, que nadie lucha por su comprensión y que la imagen soberana está operando, que Kirchner sigue siendo el soberano. En cuento la discusión por la herencia aparezca, en cuanto esta degenere en lucha, en confrontación material y hermenéutica por el legado de un líder, podremos seguir diciendo que el mito no ha muerto, pero la imagen habrá sido borrada y el orden nuevo, o el orden recuperado estará esperando el triunfo de un nuevo soberano.



























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